lunes, 19 de enero de 2009

AMORES CLANDESTINOS* por Mercedes de Francisco

El título de esta conferencia se me ocurrió a raíz de la lectura del libro de Philippe Sollers “Una verdadera novela. Memorias” donde dice: “el amor sólo puede ser clandestino, es su definición”. Esta afirmación, un tanto contundente, la entendí, en un primer momento, en su sentido más simple y quizás banal e incluso sesgado. Me dije: Philippe Sollers se refiere a uno de sus amores secretos, sin embargo, esta rápida respuesta mantuvo el enigma intacto. La contundencia de esta frase me obligaba a intentar una explicación de otro calibre. Primero, se refería “al amor” no a “ese amor” del que venía hablando, después afirmaba que sólo puede ser clandestino y lo remataba diciendo que lo clandestino es lo que definía el amor.
Aceptando lo paradójico y desconcertante que encerraba esta formulación, emprendí el camino de una indagación personal. ¿Se tratará de “lo clandestino” lo “oculto” pero no hacia los de afuera, sino para los mismos protagonistas de la historia? En la definición de la palabra clandestino, que proviene del latín, se trata del secreto y lo oculto y en sus distintas declinaciones de lo que se sale fuera de la norma, de la ley, de la forma contractual, incluso cuando se trata de una edición que no cumple la normativa estipulada, se la considera clandestina.
Es evidente que esta afirmación de Philippe Solers no podía quedar reducida a la historia secreta de los amantes, aunque también eso está en juego, sino del propio secreto que es para ellos mismos ese amor. Es una imposibilidad de definición, es lo que ninguna palabra alcanza y que compromete al cuerpo.
Los que se aman necesitan de la presencia del otro y del lenguaje cifrado y secreto lleno de alusiones, de juegos cabalísticos, con lo que intentan bordear lo indecible de su encuentro.
Se trata de una certeza que no responde a ningún raciocinio y que ningún marco legal logrará encorsetar.
Desde luego, no conviene confundir esta manera de entender el amor con los “secretos de alcoba” como titulaba el otro día Laura Restrepo un artículo en el País (1/11/2008). En este artículo primero nos hablaba de la inevitable atracción que tiene el secreto y como la literatura es una forma de relatar la vida secreta de unos personajes. Luego repasaba distintas novelas cuya trama está centrada en un triángulo, en el hecho “adúltero”, para finalizar diciéndonos que en la actualidad este tipo de secretos estaban perdiendo su trascendencia, su carácter único y excepcional, y se estaban convirtiendo en un murmullo de chismes. Al final, esta autora considera que tanto el “pacto de pareja” como el adulterio se han resquebrajado. Podemos afirmar que para Restrepo, por lo menos en este artículo, el matrimonio y el secreto del adulterio se alimentan y complementan mutuamente. Siendo que uno ha perdido claramente su univocidad, el de los “lugares oscuros”, también, ha quedado “degradado”.
Aunque el título de mi conferencia estaba dado antes de leer este artículo, igualmente celebré la coincidencia. Estos comentarios me ayudaban a despejar la incógnita que la afirmación de Sollers había dejado en mí. Desde luego, el núcleo central del artículo periodístico está puesto en el secreto y esto coincide con la importancia de lo clandestino en la definición de Sollers sobre el amor, pero en cuanto nos fijamos nos damos cuenta de que el énfasis no es el mismo. Una cosa es considerar el secreto como lo que puede decirse en una confesión, en un chisme, en un interrogatorio, como lo que clama por darse a la luz, por la transparencia y otra muy distinta es lo clandestino de lo que nos habla Sollers.
Esta es una época que ha estigmatizado el secreto y que pretende que todo esté a la luz en sus diversas formas. A la luz jurídica, a la luz del espectáculo, a la luz de “Guantánamo” donde no hay posibilidad de resguardarse en la oscuridad; no solamente rebaja la intensidad de un amor que da la espalda a la sociedad, sino que intenta alejarnos lo más posible de lo que nos recuerda P. Sollers, que el amor no es sino en lo clandestino.
Y no se trata del secreto que clama por decirse, es más bien, como decíamos al comienzo, del secreto ignorado por los propios amantes. La certeza del amor se impone, ya sea bajo la forma del flechazo o cada vez que una mirada lleva en sí una intensidad que sobrepasa al sujeto o cuando surge una emoción inadecuada para el tipo de vínculo que se tiene con el otro o cuando la ausencia del otro se torna dolorosa y eso excede lo previsto.
Cuando el sujeto ya no puede engañarse sobre “que ama”, ¿dónde estaría el secreto? Si no hay obstáculos externos, si la relación no lleva añadido el germen de lo inconveniente, ¿se acabaría el secreto?, ¿qué sería ahí lo clandestino? Y es aquí donde creo que comienza mi intento de responder al enigma que la definición de Sollers supuso.
Las respuestas que cada sujeto tiene frente a esta certeza son innumerables, aunque a través de la literatura, el cine, la psicopatología, podemos caracterizar algunas que tienen puntos en común, o por lo menos donde cualquiera se reconoce. Películas como El paciente Inglés, una de las mas oscarizadas de la historia o los Puentes de Madison, por nombrar dos que tengo ahora mas presentes y que han sido un fenómeno de masas a nivel cinematográfico, logran esa aceptación en el público porque cada uno reconoce en ellas algo que le es propio. En la literatura y en el cine, las historias que mejor se prestan para mostrar lo clandestino del amor son las historias de amores “imposibles”, prohibidos, etc., lo que nos permite después irnos tranquilamente a nuestras casas, y “no querer saber nada” del secreto propio que nos hace… o nos hizo, amar a alguien.
Hasta no hace mucho, el vínculo matrimonial y el amor estaban separados, el matrimonio servía para cubrir las necesidades más vitales de los sujetos y asegurar su descendencia, teniendo en cuenta que los hijos, en cuanto tenían una mínima edad, ayudaban a las tareas familiares. Es en el momento donde el matrimonio se supedita al amor donde comienza a desencadenarse socialmente una serie de problemáticas que en este momento han llegado a su máxima expresión.
La idea generalizada de una “proceso madurativo” enmarcado por ciertas etapas: a cierta edad el noviazgo, después el casamiento y luego la formación de la familia hasta “que la muerte nos separe”…aunque pueda parecer a la vista de los hechos una fórmula ya caduca, funciona como un “pseudoideal” bastante desconocido para los sujetos, pero que marcan sus biografías mucho más de lo previsto y que los desorientan sobre lo que verdaderamente causa su deseo y su posibilidad del amar.
Cuantas veces en la consulta vemos sufrir a alguien porque no ha podido conseguir esto cuando, en realidad, si indagan en sus vínculos se encuentran con que no saben si realmente amaron a alguien. Otros sujetos pueden seguir al pie de la letra lo que parece lo “conveniente socialmente” y que esto les lleve a un estado de tristeza y de “desgana” que hace de su vida un “desierto”. En síntesis se trata de individuos que se han alejado de lo más propio de ellos mismos, alienándose a unos ideales que, por otro lado, se tornan cada vez más endebles y anacrónicos.
Desde luego el psicoanálisis sostenido por los postfreudianos contribuyó de alguna manera a esta idea de etapas madurativas, de cima genital donde la armonía reinara. Detrás de esta lectura de Freud, que nos aleja de su verdad, se esconden las sombras de una ideología muy en sintonía con los ideales de una época. Llevados por su “furor sanandis”, pretendieron “curar” a Freud de lo más subversivo que tenía. Es Jacques Lacan el que retornará a la verdad freudiana y nos mostrará lo que en el mismo Freud permitió esta lectura sesgada de los postfreudianos.
Después de este pequeño paréntesis hablaremos de lo clandestino del amor sin confundirlo con los amores clandestinos.
El tema del amor atraviesa la enseñanza de Jacques Lacan para llevarlo a un terreno hasta ahora ignorado. Ignorado, no porque no estuvieran ahí los ingredientes para saberlo sino porque tienden a combinarse para mantener velada la imposibilidad.
Nuestra concepción esférica y platónica del amor, “la media naranja”, la completud, la felicidad, o por el otro lado el amor cortés, rodeado de obstáculos externos que lo tornan imposible, nos ha alejado de lo que Jacques Lacan viene a desvelar: “la imposibilidad de escribir la relación sexual hombre mujer”. La presencia en el mundo de las mujeres y su goce suplementario, no localizado que las afecta en todo el cuerpo, (por lo menos a algunas), que las “sacude” e incluso las “socorre”, juego de palabras de Lacan, no puede quedar subsumido en el goce fálico que caracteriza la manera de gozar masculina. Es importante aclarar que se trata de posiciones con respecto al goce que están marcadas por el lenguaje y no por la anatomía o las características fisiológicas. Este goce femenino introduce la alteridad, lo hetero en el mundo, y frente a esta alteridad tanto hombres como mujeres tendrán que inventar sus soluciones para poder seguir encontrándose.
Y es como efecto de esta imposibilidad que surge ese afecto que es el amor, ese milagro, ese amor fuera de los límites del Edipo, ese amor que permite condescender el goce al deseo, en palabras de Lacan
Es el azar, lo imprevisto, esa “falla en la lógica del universo”, en palabras de Margarite Duras, lo que dará lugar al encuentro, un encuentro que se sostendrá en esa diferencia entre hombre y mujer y que no pretenderá encubrirla.
De este amor que surge contingentemente y que tiende a “no cesar” de escribirse no podemos decir gran cosa salvo declararlo. Es para nosotros mismos un enigma, una pregunta ¿qué hay en el amado que no podemos vivir sin su presencia?, ¿qué se puso en marcha para que las palabras que se intercambian sean el bálsamo para este dulce sufrimiento?, ¿cómo los amantes pierden la noción del tiempo?, ¿por qué cuando se encuentran logran aislarse del mundo que los rodea y este pierde nitidez? ¿Qué del otro y de uno mismo ha provocado este encuentro inexplicable, incalculable, sorprendente, y que no permite ser tratado como una mercancía?
No es posible su medida, ni su evaluación, está anudado al lenguaje y al goce, pero no tenemos la palabra que lo nombre, no es claro, es una cifra que los amantes comparten pero que a la vez ignoran. Hay algo oculto para ellos mismos, secreto, clandestino, que los acerca cada vez más de una manera irremediable.
La literatura, tanto la novela como la poesía, y el psicoanálisis, se han afanado para lograr acercarse lo más posible con las palabras a esta clandestinidad. Páginas memorables como las de la novela de Thomas Mann “La montaña mágica”, donde Hans Cartorp, su protagonista, nos describe el momento azaroso, contingente, casi minúsculo en que ella apareció y surgió el amor. La entrada de ella dando un portazo, y siempre tarde, en el comedor del sanatorio para tuberculosos, lo que le irritaba sobremanera. Páginas después surge inesperadamente el recuerdo de un compañero de la infancia con el que mantenía un vínculo sin palabras sin definición pero de una fuerza inquietante y, entonces, se pregunta si no será que en ella está él o que en él ya estaba ella, sancionado sus preguntas con un “son naderías”.
Cuando surge la chispa del encuentro sentimos que conocemos al otro “desde siempre” aunque sabemos a ciencia cierta que no. Es decir que por un lado está lo que desconocemos y por otro lado un saber que parece no amarrarse a ninguna lógica, razón…Se trata del reconocimiento en el otro de las marcas del exilio de uno mismo, de eso a lo que se amarró o construyó frente a esta diferencia imposible de erradicar entre hombres y mujeres, que Sollers en su novela llega a nombrar como la guerra de los sexos. Llega a decirnos: “el amor ‘con éxito’ entre hombres y mujeres no existe, no ha podido existir, no existirá jamás, y, si se ha producido, está prohibido contarlo, sobre todo si está alumbrado por la luz negra de los obstáculos encontrados en el camino. ¿Causa estragos el odio entre sexos? Pues claro, y esa es precisamente la razón de que vuelva tan valiosos los ‘logros felices’. ¿Son raros? Razón de más, y tanto mejor. Por otro lado, no son tan raros”.
En las afirmaciones de Philippe Solers sobre el amor encontramos la marca de su asistencia a los Seminarios con Jacques Lacan. A través de la literatura, del cine, de la poesía y de otras artes, logramos alejarnos del intento de degradación que caracteriza a nuestro mundo. Los programas obscenos que llegan hasta provocar “la náusea”, la prensa rosa con sus relatos de historias de príncipes y princesas (cada vez más con algo sintomático), un imperativo encubierto de que todo tiene que ser dado a ver, nos alejan cada vez más y nos desorientan de lo que verdaderamente es nuestro motor íntimo y secreto.
¿En esta difícil relación entre hombres y mujeres como conseguir un “logro feliz”, habiendo abandonado el ideal mortificante del éxito?, desde luego no dando la espalda al encuentro contingente que prendió la chispa del amor y que San Juan de la Cruz lo nombra así: “por un no se qué/ que se alcanza por ventura”. Mejor a esto que se alcanza por ventura no dejarlo pasar, pues dejándolo ir algo de nosotros mismos se va con él o con ella.
Es por eso que los amantes hablan y necesitan de las palabras del otro, porque en ellas está lo clandestino de ellos mismos.

* Conferencia dictada en Málaga el 12 de diciembre de 2008 en el ciclo de conferencias “El sicoanálisis actual”, organizado por el Instituto del Campo Freudiano con la colaboración de la Facultad de Estudios Sociales y del Trabajo de la UMA.

1 comentario:

Susana dijo...

Genial art. de Mercedes de Francisco: "Amores clandestinos"
"No se trata del secreto que clama.....sino del secreto ignorado x los propios amantes".Susana.