lunes, 7 de mayo de 2007

Acerca de la Interconsulta

Título: “Las palabras no son piedras”.
Raúl Solari

El 27 de diciembre de 1810, el Dr. Achille-Cléophas Flaubert, en su “Disertación sobre la manera de tratar a los enfermos antes y después de las operaciones quirúrgicas”, presentaba ante la Facultad de Medicina su perspectiva respecto de la polémica que había opuesto a cirujanos y médicos a lo largo de todo el siglo XVIII y que aún duraba.
“El cirujano, que tan grande se muestra en las maniobras de la operación, para las que se necesitan conocimientos precisos de anatomía, destreza en la mano, finura en casi todos los sentidos y fuerza en el espíritu, solo lo es cuando, reuniendo a estas preciosas ventajas las del fisiólogo y del médico, considera el temperamento general de su sujeto, el temperamento parcial de sus órganos, la influencia de todas las cosas que puedan tener relación con su enfermo, y busca y aplica, tanto antes como después de la operación, todos los medios que deben contribuir a un feliz resultado. Solamente entonces merece el nombre de cirujano o de médico operador. Relaciona dos ciencias, la medicina y la cirugía , que siempre quieren andar juntas y que se debilitan y tambalean no bien se las desune ... Sus funciones se extienden antes, durante y después de la operación: primero es médico, después cirujano y por último vuelve a ser médico”.
Ideas hoy triviales, pero que en su tiempo se hallaban, como él mismo dice, “demasiado descuidadas”. Reconoce que muchos de sus colegas no se preocupan por ellas: “De los cirujanos puede decirse que han descuidado demasiado las atenciones debidas a los enfermos antes y después de la operación, y en parte se les puede dirigir el reproche que se le formuló al hermano Jacques de Beaulieu, quien nunca preparaba a los individuos que debía operar y dejaba por cuenta única de Dios el cuidado de su cura después de la operación...”. En otros términos, no todos los médicos son cirujanos, pero todos los cirujanos deben ser médicos; y cuando lo son, alcanzan “la grandeza real”.

Introducción:
Conocemos, muy de cerca, la soledad de nuestra tarea frente a lo que encontramos y escuchamos a diario en el espacio que nombramos como “consultorio”. Sin embargo, el ámbito institucional, el Hospital General más precisamente, nos da la posibilidad, si estamos dispuestos a tomarla claro, de trabajar con otros, en la medida en que seamos capaces de generar ese encuentro. Un encuentro que implica también desencuentro, desencuentro estructural, no pleno, desencuentro como lo imposible que debe ser tenido en cuenta y puesto en juego. No todo es posible. Se trata de hacer con lo que hay, cada vez.

La viñeta:
Un paciente internado a causa de su pie diabético recibe al cirujano en la habitación. Este lo revisa y le dice: “mañana angioplastía y si no funciona te corto la pierna”. El paciente lanza un grito de dolor por lo que empezó a operar sin anestesia. El familiar que lo acompañaba y que lo sigue acompañando, se dirige al cirujano para expresarle su interés por contar con una segunda opinión. El cirujano responde: “es una familia de dementes. Si cada paciente va a pedir una segunda opinión, cómo podemos hacer nuestro trabajo?”, al cabo de lo cual, se retira. El jefe del sector solicita la Interconsulta en función de el aumento del dolor que expresa el paciente desde ese momento, el enojo de sus familiares que han planteado la intención de denunciar al cirujano y la necesidad de evaluar al paciente para verificar si está o no en condiciones de ser conducido al quirófano.
Nos acercamos hasta el paciente que emitía una queja constante y monótona de dolor mientras masajea su pierna y el que habla es su hijo. Que desde ese día los calmantes dejaron de calmarlo, que él quería golpear al cirujano, que quería denunciarlo, que le recomendaron que no lo hiciera, que aparentemente está en buenas manos, que pidió una segunda opinión y le dijeron que primero la angioplastía y que si eso no daba resultado quizás hubiera que llegar a la amputación, que desde ese día el papá no dejaba de sufrir, que no lo podía seguir viendo así y que no sabía qué hacer.
La intervención se dirigió a subrayar que:
Básicamente uno y otro habían coincidido en el diagnóstico y el tratamiento.
Que el primer paso era la angioplastía y que si no era suficiente quizás hubiera que llegar a la amputación.
Coincidían en el diagnóstico y el tratamiento y se diferenciaban en el modo de decirlo.
Que pedir una segunda opinión no implica un acto demente. La primer opinión es la del paciente respecto de lo que le pasa, esa opinión que sostenida durante los últimos 15 años lo trajeron de este modo hasta aquí. Hablar con el cirujano ya implica la segunda opinión, aunque él no lo sepa. Que alguien puede ser reconocido por el excelente manejo del bisturí en sus manos y también por el desastroso manejo de las palabras en su boca.

La lectura:
Es una consulta que apela a lo que no anda del discurso Amo. Entre el S1, el ideal, lo que tendría que ..., para el médico, para el paciente. Y el S2, el saber, algo que hace cuestión. El Inter se ubica entre el discurso Amo y el saber. Inter es el sujeto, entre dos significantes.
Los dos cirujanos comparten el mismo ideal de la ciencia. Uno de ellos lo modaliza de un modo distinto y es lo que resuena diferente en el sujeto. El paciente no cuestiona a la ciencia, sino la modalización.
Lo novedoso guarda relación con la posición que el paciente asume en relación a su patología y a los dichos. Un paciente que pregunta: a qué tengo derecho? Derecho como ficción simbólica que es operativa en el mundo. Y la dimensión del dicho se verifica en la dimensión del hecho: dejó de quejarse, dejó de manifestar sufrimiento en el transcurso de la entrevista. El alivio proviene del malentendido. Se trata de inventar una manera de leer. Se trata de la modalización del dicho, cuestión entre lo dicho y el decir, la enunciación, que no es otra cosa que la posición que quien enuncia toma en relación al enunciado. Siendo esa posición el propio sujeto. Podríamos preguntarnos: dónde está el sujeto? Y responder entonces: en la posición frente al dicho. El sujeto no es un dato sino una discontinuidad en los datos.
La rectificación subjetiva implica el pasaje, de quejarse de los otros a quejarse de sí mismo. El acto analítico se dirige a implicar al sujeto en aquello de lo que se queja, es decir, que ubique su responsabilidad en lo que ocurre.
El sujeto sufre, sin embargo el hecho de hablarle al analista le permite tomar cierta distancia respecto de su sufrimiento y eso, lo comprobamos, puede producir alivio inmediato.





1 comentario:

Emilio dijo...

El trabajo que nos brinda Raúl posee toda la frescura del intercambio institucional, en el ámbito médico, allí donde toda visibilidad de los cuerpos anuncia la oscuridad de la muerte. Esta dimensión ominosa es lo que la tecnociencia deniega como pregunta y a la cual el discurso médico de la época se aliena.
Es necesario operar, tal como lo explicita este trabajo, entre esa discontinuidad, la misma que opera entre la demanda y el deseo del sufriente, para que una palabra verdadera pueda ser dicha.