miércoles, 23 de mayo de 2007

Barcelona - Buenos Aires 2001

Los efectores de la paz social o los individuos no sufren

Emilio Vaschetto

La Plata, junio de 2001

(escrito para la revista Microscopía a dos meses de haber llegado de España y a seis meses de la crisis argentina)


Hay una situación que es harto conocida para muchos de los que viajan a los países llamados desarrollados: los sistemas sanitarios de promoción y prevención de la salud funcionan en su mayoría aceptablemente, hasta incluso en muchos casos mecánicamente bien. Las concesiones que se otorgan a servicios privados, o bien la semiprivatización de las instituciones intenta garantizar mediante el manejo seudoempresarial de la salud un mayor porcentaje de prestaciones médicas para la población y mejoras en la calidad de las mismas. Los laboratorios farmacéuticos son los protagonistas actuales de la investigación de punta y el mayor ente proveedor de dinero para estas investigaciones.
En el ámbito de la salud mental, más particularmente en España, es notorio el alcance que poseen los CSM (centros de salud mental) dispuestos para la atención primaria, la oferta de pisos asistidos y el aporte del gobierno para solventar planes de deshabituación a sustancias tales como heroína (la gran inversión en los planes de mantenimiento con metadona) y hoy día la oferta de 50.000 pesetas (unos 300 dólares) para aquellos fumadores que se encuentren en abstinencia y demuestren la voluntad de dejar definitivamente el tabaco.
Estos pequeños girones de todo un extenso y complejo sistema, este pequeño extracto, nos lleva a pensar algunas cuestiones.
Se escucha por ahí en algunos ámbitos que en aquellos lugares donde ese aparato funciona “la gente no sufre”, “las personas están bien”. Uno rápidamente concluye que hay un acople perfecto entre lo que se espera desde el bien-estar social y la oferta de salud mental. Cada persona que se supone se ha desviado de la “bell curve” porque ha incrementado el número de sus compulsiones, o bien se ha desajustado del orden sociofamiliar (deja de alimentarse, se droga, no trabaja, etc.); tiene derecho a recibir algún modo de prestación o de promesa de curación.
Por poco que se trasunten los caminos y los algoritmos de derivación de pacientes se uno se da cuenta de la ausencia de dispositivos de escucha. Muchos de los que consultan motus proprio no muestran la mínima articulación de alguna demanda, de su relato puede inferirse que no poseen la creencia de que su síntoma podría ser llevado a la consulta con algún profesional de la salud mental. La exclusión compartida de la subjetividad, tanto por el profesional como por el enfermo, hace vislumbrar el horizonte de la felicidad.
¿Qué pasa con lo que desde el psicoanálisis denominamos “síntoma”, qué hay de esa inadecuación fundamental del hombre con el significante, de ese acoplamiento de las palabras y los cuerpos y el surgimiento traumático del goce?

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