jueves, 22 de noviembre de 2007

Apertura Jornadas de Córdoba: Anónimos y Afectados (Junio 2007)

Actualmente, encontramos una coincidencia especialmente con las ciencias sociales, en que existe una particularidad en las patologías de los lazos sociales como efecto de la movilización general de la subjetividad, que impone el capitalismo global en la civilización. Las identificaciones líquidas de Bauman, la sociedad del riesgo de Ulrich Beck, la ciudad pánico de Virilio, entre otros, coinciden en que los lazos se fragilizan.
Vivimos la época de la “destotalización”, en la que el discurso capitalista promueve sujetos sin referencia, dispersados, desarraigados. Y en función de esta máquina, se reconstituyen alrededor de zonas restringidas de certezas, con “identificaciones de nivel más bajo, menos costoso, que supone un esfuerzo de creencia menor, una reconstitución de comunidades inestables”.
Al respecto, no debemos obviar, que estas identificaciones débiles, este “individualismo de masa”, se acompaña por una decisión subjetiva que las consolida. Con lo cual, la existencia de algunos sujetos se puede sostener fantasmáticamente, hasta que la misma ya no resulta una suplencia suficiente para afrontar la angustia, desencadenada cuando descubren que en el lugar del Otro hay un agujero.
Acontecimiento, en que se puede abrir la pregunta de ¿cómo ubicarse en el mundo sabiendo que las identificaciones a las que se pueden recurrir no salvan de la angustia ni de la tiranía del superyó de la época?.
Tanto, J.A. Miller como Eric Laurent, han hecho referencia a la crisis del narcisismo que describe la sociología. En este sentido, Graciela Musachi en las pasadas Jornadas Anuales de la EOL, citaba a Miller, diciendo que es una ilusión pensar que en la edad de la ciencia es posible consolidar las identificaciones. Ya que el discurso de la misma: “corroe, arruina, desplaza, suplanta los significantes amo”; lo que genera rechazos “que producen pasiones identificatorias, mucho más intensas que cuando el discurso del amo ordenaba las cosas”.
Asimismo, junto a Laurent han señalado en la época del Otro que no existe, “las múltiples tiranías del narcisismo yoico y su modo de goce”.
La experiencia nos indica que el rechazo que produce intensas pasiones identificatorias y la tiranía del narcisismo yoico y su modo de gozar, se presentan en todos los ámbitos sociales. Sólo mencionaría como ejemplo, las dificultades que afrontó el curador español encargado de seleccionar a los artistas de su comunidad, para representarlos en la Bienal de Venecia. Tarea que -según relata en un reportaje-, le hizo llegar a la siguiente conclusión: estamos en la época del “fetichismo de los nombres propios”.

También, en otra parte de su curso, Miller cita a un economista político que describe el narcisismo social propio de la globalización, que bascula entre el anonimato de masa y el deseo de celebridad, inducido por el objeto mediático. Lo que explica la pregunta actual sobre: “¿Cómo llamar la atención?”.
Ahora, dejando el nivel de la sociología para situarnos en la clínica, el psicoanálisis realiza un replanteo del narcisismo actual, entendido como una pasión del yo por reconocerse en sus objetos.
Como ya saben, la clínica clásica que respondía esencialmente a la estructura de la sexuación masculina, del todo, ahora ha virado hacia la otra vertiente, la del no todo. Por lo tanto, hoy resulta fundamental en la lógica de la cura, en la construcción del caso, situar una clínica psicoanalítica de la posición femenina.
El goce fálico, propio del lado masculino es un goce situado, localizado, fenomenológicamente enumerable en elementos discretos, -separados-. Es esta condición, lo que lo hace afín a la posición de alineación, que describiera Lacan en el 67 -que conlleva un rechazo del inconsciente-. En tanto en sí mismo tiene afinidades profundas con un goce del significante, dado que los significantes son elementos también discretos.
Posición de Alineación, que se ve fortalecida actualmente con el hecho que el sujeto compulsivamente se debe reconocer en la imagen del yo, en el lazo entre el yo y el cuerpo.
En cambio, el goce femenino no es el goce del significante, se presenta en caracteres muy diferentes, precisamente suplementarios. Es un goce que tiene la potencia de lo continuo, de lo masivo y no de lo enumerable. Por eso, si puede pasar al dicho de alguna manera, es mediante metáforas de invasión, envolventes, acuáticas: de oleadas, inundación, y también de hundimientos.
Acorde con los cambios de la época, hallamos en la clínica cotidiana descripciones centradas en la relación con la madre, o en el narcisismo, en una relación de particular consistencia de la significación fálica.
Casos, que como recuerda Miller, antes se los ubicaba en la jerarquía anterior, en el registro preedípico, y que ahora cobran independencia. Son patologías donde se comprueba la menor efectividad de la metáfora paterna, y la pluralización de los S1.
En estas circunstancias, es clave pensar el goce femenino por el hecho que no entra en el orden de lo simbólico, que cuando se desencadena no respeta nada, ni siquiera los semblantes oficiales. Y sobretodo como amenaza para la Identificación subjetiva, para la alineación significante.
Sabemos, que este lado de la lógica de la sexuación es un problema tanto para hombres como para mujeres, ya que como ha afirmado Lacan, ambos se representan el sexo por el simulacro fálico. Pero, en este punto me interesa detenerme en un detalle clínico, como es el rechazo de este goce por parte de algunas mujeres.
Cuestión que se vislumbra claramente en la cultura, cuando las mismas “ruegan” a los hombres ahorrarles sus elucubraciones sobre el Otro sexo, sus misterios. Y así, como en los feminismos, ellas pueden hablar por sí mismas, considerarse como el segundo sexo más que como el Otro sexo.
Estas posiciones donde la identidad sexual se intenta sostener sólo por la identificación del goce bajo un símbolo o un significante único, se encuentran en los debates sobre género, y los diferentes movimientos gay, lésbico, transexual, etc.
En este sentido, el relato de un caso clínico puede ilustrar la imposibilidad que encuentra el que intenta recubrir totalmente la sexuación, por la vía de este tipo de identificaciones.
Se trata de una viñeta de una joven que presenta como datos significativos, un vínculo con su madre que toma, no el padecimiento de la angustia, sino otra modalidad también estragante, como resulta el supuesto de que la Madre encarna la verdad, que todo lo sabe. Así, describe que “es su confidente, todo lo habla con ella. Le cuenta los pormenores de sus encuentros, sus pensamientos, sus crisis existenciales”. Y a su vez, escucha con avidez las experiencias de ella, sus consejos, también sus quejas, sus reproches (sobre todo hacia los hombres, en especial hacia su padre).
En el mismo sentido, su madre fue la primera a quién le confesó su homosexualidad.
Su historia es que ya desde niña su hermano mayor ha sido su “objeto de admiración”. Recuerda que a los 5 años, se sintió atraída por una vecina, muy linda, tan linda como el hermano, y trató de entusiasmarla con éste para captar su atención; dice que “era la versión femenina” del hermano. El entramado de su vida sexual, se esclarece sabiendo que este joven siempre ha sido el centro de atención de su madre. Es para ésta una solución, evidentemente el hijo varón que encarna al objeto fálico.
En cuanto a su condición erótica, la paciente responde que le atrae un rasgo muy específico: se trata de “una mujer con pantalón”. Es decir, debe tener una apariencia manifiestamente masculina, responder a un semblante “poco femenino, más varonil” y en particular, actuar de acuerdo a lo que ubica como “posición activa”, siguiendo la antigua convención que asocia masculino- femenino, con activo-pasivo. Debe tomar el control de la situación y la iniciativa, tener poder de decisión, en suma, reunir los atributos narcisistas con que también se identifica esta joven.


Pero, en un tiempo de locura, irrumpe un obstáculo, un límite, que lo manifiesta con malestar, ira y angustia. Sucede que al elegir un nuevo partenaire, encuentra que comparte el mismo modo de gozar, y ninguno de los sujetos puede condescender a hacerse objeto del goce del otro. Es que ella quiere ser activa para que la otra goce, ya que su interés, es cumplir con el desafío de demostrar al hombre que está mejor situada que éste, para experimentar y hacer experimentar el goce masculino a una mujer.
Hasta aquí el caso, entre sus enseñanzas, en principio podríamos subrayar, la modalidad en que se presenta la significación fálica en conexión al deseo materno, el modo en que queda encerrada dentro del fantasma materno. Cuestión que condiciona su elección del partenaire sexual, con esa gran pregnancia imaginaria, y al embrollo en que arriba por estar situada en estas coordenadas.
Así, cuando su estrategia fálica desfallece, encuentra la certeza de la angustia, en tanto queda frente a un goce Otro que no se acomoda al símbolo. Dando cuenta de lo que enuncia la castración freudiana para los dos sexos, que cada uno debe renunciar a igualarse al “sex-simbol” del otro.
Hay, en este momento de angustia que sobreviene más allá del Uno, una oportunidad para el analista: la de revelar, no a la “mala madre”, sino a la verdadera mujer que puede manifestarse en toda mujer.
El caso, también extiende su enseñanza hacia otro problema actual, que frente a la erección de la imagen del cuerpo, como Un-cuerpo, el goce de una mujer la vuelve Otra para sí misma. Pudiendo romper con la creencia en el Uno del cuerpo, para preferir el goce como Otro.
En este sentido, siguiendo con la lógica de la sexuación, Lacan plantea dos modos de gozar de los cuerpos: la felicidad o el exilio. En la cual Hombre o Mujer son identificaciones precarias, que se ponen en juego en cada encuentro con el goce sexual, cada uno se autoriza a sí mismo el goce que más le calza.
En esta disyunción, la felicidad para Lacan es relativa al parloteo, corresponde a un modo de goce “a-sexuado”. Acentuando, que en cada sujeto es un goce de Uno, repetitivo, autoerótico, y cuyo paso por el Otro no hace existir la diferencia hombre-mujer, sino que apunta al objeto a. Este es el goce que suelen experimentar las homosexuales que proclaman su calidad de hombres; y también es la felicidad de la histérica haciendo de hombre.
Por el otro lado, el exilio, nombra al goce femenino, con sus manifestaciones clínicas: el amor loco, el éxtasis, la angustia sin límites, los efectos de caída, de vértigo, y fenómenos de percepción del tiempo, como el “abismo temporal”.
En conclusión, a pesar de cualquier “voluntarismo” de las estrategias identificatorias, que revela el estatuto pluralizado del Nombre del Padre, “el punto de identificación sexuada no es manipulable por el sujeto” que lo paga con desorientación, ira, angustia y/o síntoma.
Ante esto, el recorrido analítico es una experiencia donde se separa la evidencia del lazo entre el yo y el cuerpo, para que surja una nueva relación entre el sujeto y el síntoma. Me refiero, a la concepción del síntoma como acontecimiento de cuerpo, que para Lacan implica que el síntoma es un incorporal, pero involucra al cuerpo. En una dimensión muy distante de la del narcisismo.
Finalmente, el psicoanálisis tiene como política afirmar que el síntoma como partenaire es una respuesta a lo real, separado de la imagen del cuerpo, lejos del individualismo moderno, de la ética del soltero desarraigado.
Es a partir de Lacan, cuando separa la posición histérica de la posición femenina, que tenemos una clara orientación para decirle a la “individualidad actual”, que existe una salida a la encrucijada de la identidad de goce: que es posible soportar ser el “síntoma de un otro cuerpo”.


Guillermo A. Belaga


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