lunes, 7 de julio de 2008

El médico frente a la crisis: estrés profesional, “panic attack” y corrosión del carácter.

por Guillermo Belaga


1. Introducción.


Dentro de las descripciones que se han realizado en torno al estrés en el trabajo, se encuentra un “estado de agotamiento emocional, físico y psíquico” denominado sindrome de burn-out. El mismo es constatado, particularmente, en los sujetos que trabajan en las áreas de responsabilidad y cuidados sociales, como los médicos, los trabajadores sociales, los enfermeros, los docentes, etc.
Además de los síntomas que se mencionan para el estrés, el agotamiento, los trastornos de ansiedad, la irritabilidad, la desmotivación, la desvalorización, se hace hincapié en la presencia corriente de: astenia crónica, cefaleas, y transtornos del sueño o del comportamiento alimentario. Incluso se señala una mayor sensibilidad a las infecciones virales.
Algunos autores que se han detenido en el problema, caracterizan que los efectos sobrevienen en los sujetos involucrados en tareas tanto de alta responsabilidad social, como también signadas por una fragmentación en el trabajo –se desempeñan con intensidad en el sitio laboral asignado, pero aislados y/o desconociendo la globalidad de la institución y sus objetivos, reproduciendo lo que se dice usualmente de los operarios de una fábrica-, y en consecuencia atados a una pérdida de identidad. Otros, marcan que estas actividades muy investidas, no le aportan al sujeto la gratificación y el reconocimiento que esperan. La mayoría coincide que se trata de personas de ideales elevados, y reconocen la tensión entre el yo y el Ideal, es decir, el desajuste “interno” que sufre alguien entre el lugar “propio” que quiere y cree ocupar, y el modo en que vivencia cómo lo ve y lo demanda el marco social.
Pero, si bien estos planteos apuntan a una explicación en el plano psicológico, conviene más detenerse en las teorizaciones que se originan en el campo de la sociología, que nos confrontan con los cambios que el llamado tardocapitalismo o neocapitalismo, o lo que se denomina pos-modernidad o modernidad tardía, han trazado en el contexto del trabajo. Las consecuencias que las formas de organización del trabajo tienen en las identidades personales contemporáneas, muchas de las cuales suponen ciertas formas de vulnerabilidad.
Así, se verifica lo que se ha llamado la corrosión del carácter, y el problema de no poder situar una identidad social.
Cuestión evidente en el caso de los médicos, que se habían modelado anteriormente en el imaginario social, un lugar en la organización vital de las sociedades, y donde el burn-out es quizás el signo encarnado, del advenimiento de un nuevo órden que también los iguala –a las problemáticas sociales que los pacientes manifiestan-, y padecen también la comprobación de la erosión de los nexos sociales y los vínculos de confianza y compromiso entre personas.

2. Los antecedentes.

El cuadro que conocemos como estrés, cobra entidad propia a partir de 1936 cuando Hans Selye –médico canadiense- publica su descripción del “sindrome general de adaptación”, y que a partir de los años 50 toma el actual nombre, hasta llegar a su uso actual en el lenguaje corriente.
Este abordaje biológico del sindrome, tiene también su antecedente en los trabajos fisiológicos de Walter Cannon en 1935. Este elaboró una teoría de las emociones a partir de sus investigaciones sobre los efectos físicos de la cólera y el miedo. De esta manera, mostró como el organismo reacciona a situaciones críticas por ciertos cambios adaptativos, de toda su economía. Igualmente, lo que resulta fundamental en su concepto de reacton, demostró que los estados afectivos activan las funciones fisiológicas que preparan al organismo para una situación, por ejemplo el miedo y la cólera estimulan las glándulas suprarrenales con la consiguiente descarga adrenérgica...
Debido a la brevedad de este trabajo, sólo mencionaré que existe otro modelo, psicosomático del estrés, que parte de la conversión somática, descripta por Freud para la clínica de la histeria y sus relaciones con el trauma psíquico. Luego puede citarse el desarrollo de una Escuela psicodinámica en Chicago con Alexander, y otra en París con Marty, entre otras.
Pero, sí me interesa llamar la atención sobre el siguiente párrafo de Claude Lévi-Strauss en su “Antropología Estructural” (Eudeba, pág. 151): “Después de los trabajos de Cannon, se comprende más claramente cuáles son los mecanismos psicofisiológicos sobre los que se basan los casos de muerte por conjuración o sortilegio, atestiguados en numerosas regiones: un individuo, consciente de ser objeto de un maleficio, está íntimamente persuadido, por las más solemnes tradiciones de su grupo, de que se encuentra condenado; parientes y amigos comparten esta actitud. A partir de ese momento, la comunidad se retrae (...) Brutalmente separado primero de todos sus lazos familiares y sociales y excluído de todas las funciones y actividades por medio de las cuales tomaba conciencia de sí mismo, (...) cede a la acción combinada del intenso terror que experimenta, del retraimiento súbito y total de los múltiples sistemas de referencia proporcionados por la connivencia del grupo y finalmente de la inversión decisiva de estos sistemas que, individuo vivo, sujeto de derechos y obligaciones, lo proclaman muerto, objeto de temores, ritos y prohibiciones. La integridad física no resiste a la disolución de la personalidad social.”
Así, este modelo que permite sopesar el marco simbólico, el Otro social en tanto –como dice Lacan- matriz del sujeto, otorga la posibilidad de pensar dos “epidemias” actuales: el ataque de pánico y el estrés.

3. El miedo súbito a morir.

El miedo, cómo experiencia humana, se refiere al carácter de desamparo esencial de nuestra existencia.
La experiencia extrema del miedo, remite inexorablemente a si uno elige o no existir, y de qué manera y en qué estilo se llevará a cabo esta elección. Entonces en el miedo, no sólo nos protegemos sino que se nos dá la posibilidad de saber “qué hacer” con una existencia, que siempre tiene algo de frágil, y precaria.
El miedo del “ataque de pánico”, es el miedo súbito a morir, no es un miedo concreto, donde se saben y se identifican con claridad aquellas fuerzas a las que se teme, ese miedo razonable a un exterior hostil, que se intenta administrar.
Aquí, el “sí mismo” no logra ser amparado por el pensamiento, ya no se sostiene en una unidad firme y sin fisuras. Es la consecuencia, de la disolución de una “realidad” en la que estaba inmerso, un mundo que correspondía a una “topografía”, a una “red de lugares”, trenzados, vinculados entre sí. Edificio, “seguro”, hasta ese momento, pero que circundaba un “vacío”.
Así, en el ataque de pánico, el miedo se revela como un afecto límite, privilegiado, a partir del cuál desde ese desamparo develado, puede alguien elegir hacerse a sí mismo. Es a esa invención a donde se dirige la única cura posible.
Al respecto, el “autoayudarse”, la llamada “autoestima”, remite a una concepción de una existencia cerrada en sí misma que a veces accidentalmente tiene alguna avería que debe ser reformada, o como algo que responde a mecanismos enteramente condicionados que pueden incluso ser fortalecidos y programados.
La conformación del Yo, es más compleja que la posibilidad de la autopercepción de sí, la posibilidad de conocerse, controlarse y orientarse.

4. El Yo como punto nodal de acceso al sujeto.

Para el psicoanálisis, el yo es tanto la identificación al propio cuerpo, como la relación a los objetos, como un lugar en el discurso –en el campo semántico general-, como una imagen narcisista.
Esto quiere decir, que no se puede no pasar por el yo del paciente.
Así, cuando alguien habla está organizando, en el aire, un frágil equilibrio, su propia imagen frente al otro, su lugar en el discurso universal y está acomodando su relación a los objetos, en tanto los objetos también son reflejo de esto.
Esta trama, hace que la persona tenga un yo que se organiza pasando por los Otros, y entonces paga con el desconocimiento de sí. Por esto el yo es extraterritorial al sujeto, como se comprueba cuando surge un síntoma definido justamente como “lo que no se controla”, “lo que se repite”, “lo que no anda”, etc.
Sin embargo, por esta circunstancia, el yo es el punto nodal a partir del cual se puede acceder al sujeto.
En la angustia, en el ataque de pánico, el yo se desintegra, y el sujeto en consecuencia no puede localizarse, cae en picada hacia una crisis que puede darse de muchas maneras.
Es aquí, donde uno busca a los semejantes, en el momento del encuentro con lo traumático, se apela al grupo, al consenso. Y con eso poder sostenerse, poner una barrera al horror de la caída.
El surgimiento de la “epidemia” del llamado “ataque de pánico” a partir de los 80, no es ajeno a un cambio mundial de las condiciones de lo que “trenza” la “realidad”, la subjetividad de las personas, ésto origina una comunidad, la combinación de tres cuerpos sociales heterogéneos: la Ciencia, el Estado (civil, militar, judicial), lo Laboral.
En conclusión, los tres tienen que ser articulados, porque ningún discurso puede disociar a uno de los otros ni puede albergar a uno sin los otros.

5. La alienación y la organización del tiempo.

El estrés es un síntoma de alienación que proviene de lo excesivamente enganchado, “atrapado”, que se puede llegar a estar en la cadena de la actividad. De otra manera, resulta la máxima expresión de cierta lógica moderna, paradójicamente el triunfo de su implementación, que pretende individuos autónomos, eficaces, solitarios, a costa de producir sujetos abstractos, sin identidad y desmotivados. Sin contenido social ni identidad social necesaria.
Actualmente, sin duda por la catastrófica situación socioeconómica del país, se tiende a pensar el trabajo como un “don”, pero haríamos mejor en no omitir también los modos en que han variado en las últimas décadas los lugares de trabajo y las vidas laborales o profesionales de las gentes.
Lo que más sobresale, y aparece como perturbando las experiencias psicológicas de los sujetos individuales son las nuevas maneras de organizar el tiempo, y particularmente en una práctica laboral como la de la Salud condicionada por la demanda social, se suma una temporalidad muchas veces conectada a la presencia de la muerte.
En general, esta especificidad cultural de la economía política, tiene los siguientes rasgos: la tolerancia a la fragmentación, la identidad laboral “fluída” y frágil, la polaridad socioeconómica, la opacidad del proceso laboral, la experiencia psicológica de la superficialidad degradante, la denigración vergonzante de la dependencia, las ficciones del trabajo en equipo, etc. Piénsese, en aquel que para sustentarse económicamente va de un trabajo a otro, de consultorio a institución y vuelta, forzado a “administrar” la práctica sin el valorizado contacto personal con el paciente, las diferencias entre los que concentran y deciden sobre el Sistema de Salud, clínicas, prepagas, obras sociales, etc. y los empleados, la anomia ilustrada en los enfermos que ya no recuerdan ni caras ni nombres de los que los atendieron y viceversa, etc.
Esta estructura temporal específica crea un conflicto entre el carácter personal y la experiencia de una sociotemporalidad desarticulada e informe que socava la capacidad de construir un carácter en términos de cómo se narra en forma duradera la propia biografía, los propios objetivos a largo plazo, y se afrontan el futuro y el mantenimiento de relaciones duraderas.
En cambio, surge la pregunta de cómo sostenerse en una sociedad cuyo lema parece ser “nada es fijo” o “todo es a corto tiempo”, donde las vidas parecen más modeladas como un collage de episodios contingentes y fragmentos apenas ligados entre sí.
Entonces, ¿cómo intervenir activamente en la producción del tiempo social? Esta reflexión apuntaría a las respuestas que se podrían hallar desde el punto de vista de las actitudes y proyectos, una discusión indispensable en torno a la concepción del vínculo y la identidad social, y la garantía que una institución puede dar a la comunidad.

6. Conclusiones.

Evidentemente, hay un plano de la solución que es individual, es el modo de encontrar la propia forma de vida como respuesta a la tensión entre intereses particulares y sociales, a la tensión entre trabajo y otium – que significa ocio creador, y rompe con la idea de hacer equivalente ocio con “parasitismo”-.
Pero, se podría plantear en el ámbito del grupo de pertenencia un ejercicio de la conversación, que tienda a ser permanente y que no carezca de una finalidad instrumental –un objetivo claro vinculado al hacer- en nuestra comunidad de referencia, para que no se debilite. Inclusive, habría que pensar que un mismo individuo, puede pertenecer –por sus varios trabajos y ocupaciones- a contextos diversos, y/o simultáneos, lo que lleva a “estar en diferentes mundos”, con lo que esta práctica del diálogo específica, colabora a dotarlo de identidades para cada uno de esos mundos. Así estaríamos frente a sujetos reflexivos con una identidad que tiene la capacidad de transitar por diversos contextos, y pertenecer simultáneamente a ellos, pero que defienda un horizonte mínimo que se articula alrededor de las ideas de autenticidad y de justicia.
Sería una respuesta posible a lo que estamos planteando a condición de que, con el trasfondo de la incertidumbre, y la inconsistencia, no se tienda a obturar de antemano con el resultado de lo ya sabido, sino que más bien abra las puertas a las posibilidades, a las apuestas, a lo heterogéneo en vez de lo homogéneo.
Asimismo, esta vía para ser efectiva debería permitir superar el monólogo, y los modelos de exclusión del otro. En tanto, una manera de tratar la agresividad es incluir al otro soportando sus diferentes identificaciones, su marco simbólico (de convivencia cultural).
Con ésto, tenemos en cuenta que cada uno confluye en el grupo con sus propias pasiones e intereses, su propia idea de lo que es la regla, de lo que es el bien.
Entonces para finalizar, la posibilidad de tratar esta situación de incertidumbre fabricada y de alienación, es mediante lo que llamamos conversación, diálogo que sosteniendo las diferencias, acepte sin embargo una orientación, y también implique una finalidad: que el sujeto defina su identidad desde la comunidad –de trabajo, social- que forma parte, mientras en el mismo movimiento la construye y sostiene.

Guillermo A. Belaga
Mayo 2002



Bibliografía consultada:

Alemán, Jorge: “Apuntes sobre el miedo y la angustia (entre Heiddegger y Freud)”. En “Archipiélago” Nº46/2001, abril-mayo, Barcelona. Pgs.111-114

García, Germán L.: “Las pasiones de la ciudad”. En “Etcétera” Nº31, abril 2002, Buenos Aires. pgs.1-2

Larriera, Sergio: “La noción de la “Comunidad” en Heiddegger: la trenza política”. En “Colofón” Nº17, Julio 2000, Madrid. Pgs 3-6

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